Historias de hospital: 3 días en Mazatlán

La semana pasada, tuve que vivir (más bien sobrevivir) tres días en el área de urgencias del Hospital “Héctor González Guevara” del IMSS (el “nuevo Seguro”, así lo dijo el taxista), en Mazatlán. Y aunque no fui la paciente (entendida como la persona que se encuentra bajo atención médica), sí tuve que ser extremadamente paciente en muchas de las situaciones a las que me tocó enfrentarme.

En definitiva, para Araceli (una amiga y compañera de trabajo) y para mí fueron días sumamente angustiantes y agotadores; no obstante, las experiencias vividas son historias que ahora ofrecen un panorama más amplio de lo que sucede en los servicios de salud que brindan el ISSSTE y del IMSS.

Y es que, como ya se ha dicho en otras ocasiones en este mismo espacio de análisis y reflexión, en México aún existe una enorme deuda social en el sector salud, particularmente en los relacionados a los servicios hospitalarios.

En atención a los requerimientos de una crítica objetiva, es imprescindible señalar -en primer lugar- que, en su mayoría, el recurso humano encargado directamente de la atención a los pacientes fue admirable. Tres días fueron suficientes para corroborar que -en general- el personal (médicos y enfermeros) de los hospitales públicos, tiene una verdadera vocación de servicio que se refleja en su oportuno y eficaz desempeño profesional.

En cuanto a la histórica deuda que el Estado mexicano tiene este campo, destaca el hecho de que -a decir del mismo personal del Seguro de Mazatlán- las pésimas condiciones de las instalaciones y equipo, y la insuficiencia de ciertos suministros obstaculizan la atención adecuada a las necesidades particulares de cada paciente. En este escenario, predomina que, a pesar de que se recomendó el internamiento de Araceli, su salida del área de observación (en urgencias) no fue posible porque “uno de los mayores problemas que existen el Seguro de Mazatlán, es la falta de camas”.

En relación al área de internamiento en observación, de no ser por el profesionalismo de los doctores y enfermeros (sobre todo los del primer y segundo turno), las experiencias vividas hubieran sido muy traumáticas porque se trata de un espacio reducido (para un aproximado de 30 pacientes) en el que las camillas y una que otra cama (todas del “año del caldo”) están prácticamente pegadas, lo cual impide que el personal haga su trabajo cómodamente.

Área de urgencias

Adicionalmente, es importante exponer que si bien es entendible y aceptable que los acompañantes de los pacientes no deben estar permanentemente en el área de observación; no es entendible ni aceptable que, si exigen que haya alguien de manera permanente para lo que se ofrezca, impidan que las largas horas de espera sean dentro de las instalaciones o en un lugar digno y adecuado. Es decir, que la permanencia obligatoria durante el día tenga que hacerse afuera de hospital donde no hay bancos, ni zonas con suficiente sombra que ayuden a aligerar los efectos causados por el sol y el calor extremo; sobre todo, considerando que Protección Civil de la Segob había extendido (en esos días) la alerta por la ola de calor que azotaba a varias entidades del país (incluyendo a Sinaloa).

Afortunadamente, el viernes pasado recibimos la información esperada: el traslado por cualquier vía (terrestre o aérea) no era riesgoso para Araceli, y entonces procedimos a preparar todo para el regreso. Hoy, ella ya se encuentra en Hospital “Morelos” de Chihuahua, confiando en que (aún y cuando las condiciones de las instalaciones, suministros, equipamiento, etc. no sean los ideales) la atención del personal médico se dé en buenos términos (como sucedió en Mazatlán).

Finalizo en esta ocasión con una adaptación de lo dicho alguna vez por el poeta y escritor peruano, Alex Pimentel: si el dinero no fuera dilapidado por clase política en el poder, tendríamos hospitales mejor equipados.

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